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Nuria Mesalles12 meses ago11518 min
Servicio al cliente de un restaurante

Cómo algo tan simple como una limonada puede ser el reflejo del servicio al cliente de un restaurante.

Editorial Nuria Mesalles, Directora de Revista Apetito [email protected]

Yo y mis limonadas

Caso #1: Trapo Mojado.

Hace días fuimos a almorzar a un restaurante reconocido en Rohrmoser (del cual me voy a ahorrar el nombre), al que teníamos mucho tiempo de no ir. Pedí una limonada. Cuando la trajeron y la probé me supo a… ¿cómo describirlo? ¿han tomado de un vaso que huele a trapo mal lavado? Y además el limón amargo con un sabor no agradable…. 

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Para verificar que no era idea mía, les di a probar a mis dos acompañantes. Me lo confirmaron. Estaba intomable.

Llamé a la señora que nos atendió y le dije: “Disculpe, me puede traer una Coca Cola (Para ir a la segura), es que la limonada no sabe nada bien”. A lo cual me contestó, de muy mala manera, por cierto: “Vea, si le cambio la limonada se la voy a tener que cobrar!”. A lo cual le dije un “Ok, está bien”, en mi total asombro por la actitud y el tono. Y me vuelve a preguntar: “¿Está segura?”.  “Sí, estoy segura”, le contesté sorprendida.

Como podrán imaginar, no disfrutamos el almuerzo despues de eso y de que la señora nos atendiera de muy mal modo todo el rato.

Cuando terminamos de comer, mi esposo se levantó a pagar a la caja y le contó al cajero lo que nos pasó, y nos dijo: “Ay sí! ¡Viera que a cada rato nos pasa lo mismo con las limonadas! Mi esposo le preguntó que sí le podía llamar al administrador para contarle y para que puedan mejorar el proceso, a lo que contestó: “Es que la administradora es la señora que los atendió”. ¡PLOP!

Caso #2: Error mío.

Bueno, varias semanas más tarde, fuimos a otro restaurante en Rohrmoser también. Esta vez fuimos al Padrino.  Y cómo me encantan las limonadas, me pedí una. Cuando me la traen y la pruebo acato que se me olvidó decirle al salonero qué me gustan sin azúcar. Error mío. Así que me tomé un traguito y no dije nada. Me comí el almuerzo y al final cuando el salonero vino a retirar los platos volvió a ver la limonada y me dijo: “¿Pasó algo con la limonada? ¿No le gustó?”. A lo que le respondí: “Estaba muy rica, pero fue error mío que no le dije que la quería sin azúcar”. Me contesta muy amable: “¿Quiere que le traiga otra?” “No muchas gracias, estoy bien.” Insiste: “Yo le traigo otra con mucho gusto”. Insisto yo: “De verdad, muchas gracias, pero así estoy bien, mil disculpas más bien por no haberle dicho”.  (Ya no la quería porque ya me había terminado la comida).

Cuando nos trae la cuenta, el Salonero me cierra un ojo y me dice bajito: “No le cobré la limonada”. 

Conclusión

¿Adivinen a cuál restaurante hemos vuelto varias veces y a cuál no? Qué importante es tener capacitados a los Saloneros y que estén alineados con las políticas del servicio al cliente. Y qué complicado es cuando, como dueño de restaurante, no te das cuenta que el propio administrador está entorpeciendo esa calidad del servicio y la experiencia del cliente… y además, que está dando un mal ejemplo a los demás empleados.

Lástima que no le pegunté el nombre al Salonero del Padrino para felicitarlo por acá y darle las gracias de nuevo.

Aclaración: He pedido cientos de limonadas en mi vida, solo estos dos casos raros tengo para contar 🙂

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