El vino, como materia prima nace, crece, se desarrolla y muere. Algunos vinos son aptos para beber en su primer año de vida y otros mejoran con el tiempo. Hay en ello un complejo indeterminado de azúcares, minerales, pigmentos, ésteres, aldehídos y taninos.
Los buenos vinos tienen mayor número de estos componentes que los ordinarios. Sin embargo, para llegar a su punto óptimo necesitan oxígeno y tiempo. La vida del vino, por tanto, se puede definir como el período comprendido desde su nacimiento hasta el punto álgido de su madurez, cuando sus elementos están en su mejor armonía. A partir de aquí, sus características se modifican y pierden el equilibrio. Se dice entonces que se está muriendo.
La curva de la vida del vino es diferente de uno a otro, de modo que no se puede hablar de un tiempo fijo. Una idea de la variación de los vinos es:
Vino joven: color amoratado, sabor astringente, a los pocos meses va cambiando y perdiendo sus cualidades.
Vino de crianza: toma color rojo rubí, con mucha astringencia. Pronto llega a su plenitud comenzando su decadencia de rubí a tela.
Vino de Reserva: tánico, áspero, de color púrpura en su juventud. En su plenitud, presenta bordes tejas y sabor a roble.
Vino Gran Reserva: áspero y con mucho cuerpo en la fase de maduración; después de varios años adquiere su redondez y equilibrio.